Durante los últimos años la concientización sobre la utilización de energía y el tratamiento de diversos productos en el mundo ha impulsado prácticas amigables con el medio ambiente e incrementado niveles de resiliencia para mitigar el impacto del cambio climático. Algunas de ellas son puestas en práctica por una cuestión pura y exclusivamente ambiental y otras son utilizadas por una cuestión de moda o adaptación a las nuevas tendencias globales.
Si bien los ciudadanos en general han empezado a poner en práctica cuestiones como el compostaje, el uso de monopatines o bicicletas en vez de viajar en automóviles o hasta el vegetarianismo, lo cierto es que también es determinante acompañar con una batería de políticas públicas que articulen con todas las necesidades y obligaciones generadas por una ciudad.
Es que claro, de nada sirve impulsar la llegada de un puñado de buses eléctricos si no hay, por otro lado, una correcta gestión de los residuos o un uso consciente de los recursos no renovables.
En ese sentido, ciudades como Oslo (Noruega) se han propuesto llevar la sostenibilidad a absolutamente todos los niveles estructurales del Estado y de la vida cotidiana, buscando alternativas ambientales a la construcción, al transporte y al consumo. Es decir, no dejar ningúna de estas prácticas librada al azar.
De hecho, para comprender un poco mejor esta situación, hace ya un par de años, por septiembre de 2018, se inició en aquella ciudad nórdica la construcción de un edificio utilizando un método con cero emisiones, siendo así el primer lugar del planeta en conseguir este hito y uno de los impulsores de la construcción sostenible.
No es ninguna novedad que las ciudades, por más pequeñas que sean, son focos de basura y consumo constante, significando un gran impacto al medioambiente en todas sus facetas. Para ello, claro, la única alternativa es la información, la formación y la adopción de políticas de gestión ambiental y sostenible.
Con esta simple idea, Oslo evitó la utilización de 100.000 kilogramos de CO2, aunque no fue una tarea fácil ya que, según explicó Nils Gelting Andresen, funcionario de la Agencia de Protección Climática de la ciudad “no es fácil encontrar maquinaria para la construcción que no utilice combustibles fósiles para su funcionamiento”.
Fue por esta razón que los obreros tuvieron que adaptar diversos equipos y transformar los motores diesel en motores eléctricos por medio de baterías, para comprometerse a generar proyectos de construcción municipal sin emisiones para el año 2025. Algo que aún no se ha empezado a ver en otros lugares del mundo, donde parecen haber cuestiones más urgentes a resolver.
Sin embargo esta no es la única opción que manejan desde el municipio de Oslo, donde todos los funcionarios saben que deben formar parte del presupuesto anual climático donde cada departamento de la ciudad debe proponer políticas y acciones específicas para reducir sus emisiones. En otras palabras, todos los distritos noruegos están obligados a revisar sus prácticas para lograr una transición total hacia la sostenibilidad. Esto ha llevado a que Oslo sea una de las ciudades más sustentables del planeta y también una de las más inteligentes.
El objetivo del gobierno nacional que articula con todos sus municipios es lograr reducir las emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI), en un 95% para el año 2030 siendo uno de los objetivos climáticos más brutales a nivel mundial pero también una de las ciudades que más ha avanzado en ese sentido.
No hay básicamente ningún aspecto de la gestión ambiental de Oslo que quede por fuera de la revisión climática. Desde la alimentación, la gestión de los residuos, el transporte público hasta el mantenimiento de los cementerios. Oslo se ha propuesto no utilizar químicos e impulsar una alternativa ecológica y sustentable en todas sus facetas.
Hoy por hoy son varios los especialistas que sostienen que la gestión de los municipios ya ha excedido los límites de la administración y se ha enfocado en limitar la contaminación que se genera para poder ofrecer a sus ciudadanos una alternativa sustentable, limpia e inteligente que permita mejorar su calidad de vida.
Es obvio que esto está directamente relacionado al presupuesto disponible de cada ciudad. Dicho de otra manera, no todos los municipios tienen la capacidad económica de transformar sus maquinarias en alternativas sin emisiones de carbono como es el caso de Oslo, pero si muchas de ellas han empezado a idear distintas alternativas innovadoras para reducir los contaminantes en sus prácticas cotidianas.
En casos como ciudades de Latinoamérica aún se encuentra algunos pasos atrás y recién se está empezando a conscientizar sobre la división de los residuos, el compostaje y la reducción de la huella de carbono. Sin embargo, con el paso del tiempo no es de extrañar que lleguen nuevas inversiones que permitan avanzar un paso más allá.
Independientemente de cuál sea cual sea la capacidad económica de los países y municipios, la recomendación que hace Heidi Sørensen, Directora de la Agencia Climática de Oslo, es siempre mantener un presupuesto climático, sin importar el grueso de los billetes: “El presupuesto climático es una herramienta para hacer operativos nuestros objetivos climáticos y la estrategia climática anualmente. El proceso presupuestario establece exactamente qué se debe hacer, cuándo, quién debe hacerlo y cuánto costará. Aporta especificidad a un objetivo arrollador”, expresó.
Esta ciudad noruega ha logrado demostrar que es posible pensar en una estrategia ambiental, sostenible y de base tecnológica para poder mitigar el impacto ambiental. Oslo sin dudas es uno de los ejemplos a seguir por Europa y por todo el planeta por su énfasis en la protección del medioambiente y la utilización de energías renovables.
De esta manera, además de tener diversas políticas ambientales, es necesario saber hasta donde se puede expandir la medida y así saber qué resultados pueden obtenerse de cada medida.
Oslo por ejemplo, ha avanzado rápidamente en ese sentido y ya ha pasado de impulsar estrategias ambientales a directamente prohibir o multar la utilización de diversos recursos. De esta manera, por ejemplo, quienes circulen en vehículos de combustión interna en las Zonas de Bajas Emisiones (ZBE) deberán pagar una multa operativa a la política ambiental del país.
Según expresaron desde la agencia ambiental del país, estas políticas no están destinadas a los ciudadanos comunes, sino que muchas de estas políticas están orientadas a las grandes empresas de transporte que mueven innumerables vehículos pesados en la ciudad. Estas políticas ya se han replicado en diversos países con distintos resultados.
En Oslo, a diferencia de otros países, han impulsado hasta el objetivo de plantar 100.000 árboles en los cementerios. Además, están tratando de convertir los cementerios en lugares recreativos, por más raro que suene, en Noruega durante la pandemia se utilizaron estos lugares para hacer deporte o como espacio recreativo.
“Para que la gente tome en serio el medio ambiente debe pasarlo bien. Solo crear sentimiento de culpa no vale, explicaron desde el gobierno noruego. Y vaya que se lo tomaron en serio”.
Sin embargo esto no solo lo implementaron en cementerios, sino que la intención de recuperar los espacios nativos como bosques, lagos y lagunas que se encontraban altamente contaminadas por el empleo de tóxicos industriales.
Sin embargo, si bien la intención es ir en contra de los contaminantes y del combustible fósil, suena raro decir que es Oslo una de las ciudades que más ha avanzado en este punto teniendo en cuenta que Noruega es un país extractor de petróleo a gran escala con un promedio de 1,6 millones de barriles de crudo al día y que es el tercer exportador mundial de gas (un 25% del cual llega a la UE). Los beneficios que esta industria dio en 2018 se cifraron en 264.000 millones de coronas (27.000 millones de euros), según las cifras oficiales, y el fondo soberano que gestiona la hucha pública del gas y del petróleo asciende a más de 860.000 millones de euros.
Queda claro que sería peor si no existieran este tipo de políticas que, además de la gestión ambiental, ha construido diversos espacios verdes y recreativos, impulsado bicisendas y se propone dejar de utilizar los combustibles fósiles en el país.
Pese a las contradicciones, propias de todos los territorios que se encuentran atravesando esta transición ecológica, Oslo sin dudas es uno de las ciudades que tiene una completa gestión integral ambiental y se propone de aquí a unos pocos años estar libre de GEI y reducir ampliamente los contaminantes. ¿Te gustaría vivir allí?