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Las islas artificiales, verdaderos prodigios de la ingeniería moderna, están cambiando el mapa del mundo al crear nuevos territorios dedicados al turismo, la expansión urbana y el desarrollo económico, demostrando cómo la humanidad busca adaptarse y prosperar frente a los desafíos de un planeta en constante transformación. Te contamos este caso de isla artificial superpoblada en Colombia: Santa Cruz del Islote

A tan solo dos horas de la emblemática ciudad de Cartagena de Indias, en el Caribe colombiano, se encuentra un lugar que desafía las nociones convencionales de espacio y vida en comunidad: Santa Cruz del Islote. 

Esta isla artificial, con apenas una hectárea de extensión, alberga a más de 1.200 personas, convirtiéndola en la isla más densamente poblada del planeta. Pero, ¿qué hace a esta isla tan especial? ¿Cómo se originó y qué lecciones nos deja su singular forma de vida? En este artículo exploramos su historia, sus características y la comparamos con otro tipo de islas creadas por el hombre.

A finales del siglo XIX, un grupo de pescadores decidió asentarse en un arrecife de coral para aprovechar su abundante riqueza marina. Utilizando piedras, escombros y corales, comenzaron a extender el terreno disponible, dando forma a lo que hoy conocemos como Santa Cruz del Islote. Este proceso de construcción artesanal, motivado por la necesidad de espacio y recursos, marcó el inicio de una comunidad que creció de manera constante con el paso de las generaciones.

El islote cuenta con 4 calles principales y 6 pasajes angostos que conectan las 97 viviendas de la comunidad. Sin vehículos ni motores, sus habitantes se desplazan exclusivamente a pie, lo que contribuye a una forma de vida tranquila y colaborativa.

Fuente: Google Maps

La adaptación ha sido clave para la supervivencia en este espacio limitado. Sin acceso a agua potable, los habitantes dependen de la recolección de lluvia y de tanques traídos desde otras islas. La electricidad, por su parte, llegó recientemente gracias a paneles solares donados por Japón. Estas soluciones, aunque precarias, han permitido a los habitantes mantener su estilo de vida y atraer a turistas curiosos por conocer esta peculiar forma de vida.

El turismo, de hecho, es una de las principales fuentes de ingreso de la comunidad. Actividades como nadar con tiburones en su piscina natural, recorrer sus calles y convivir con sus habitantes ofrecen a los visitantes una experiencia única. Sin embargo, esta actividad también genera tensiones por la invasión de la privacidad y el impacto ambiental que conlleva.

Las islas artificiales se crean para expandir territorios en lugares donde la tierra es limitada o costosa, como en Países Bajos, Dubái o Japón. Además, se usan para el desarrollo económico, con proyectos turísticos, comerciales o industriales que no podrían realizarse en tierra firme. Este tipo de construcción permite maximizar el espacio en zonas urbanas o costeras densamente pobladas.

Otro motivo común es la protección costera. En regiones vulnerables a la erosión o inundaciones, estas islas actúan como barreras frente al mar, mitigando el impacto del cambio climático y protegiendo infraestructuras clave. También pueden servir para preservar ecosistemas mediante la restauración de manglares o arrecifes de coral.

La popularidad de las islas artificiales creció con el avance de la tecnología en ingeniería marina. Aunque su concepto es antiguo, como las islas flotantes de los uros en el lago Titicaca, el auge llegó con proyectos modernos como Palm Jumeirah en Dubái, convirtiéndolas en símbolos de innovación y lujo.

Las islas artificiales, al igual que otros proyectos arquitectónicos que desafían los límites de lo natural, representan el ingenio humano en su máxima expresión. Este tipo de infraestructuras han evolucionado para resolver, entre otras cuesstiones, problemáticas urbanísticas.

Pero el caso de Santa Cruz del Islote es paradigmático por 2 cuestiones: es una isla artificial, pero también está superpoblada. Y sobre este último punto, nos trae otra referencia internacional que hemos expuesto en una nota de Utopía Urbana: la microisla superpoblada de Migingo

Esta isla diminuta está localizada en medio del lago Victoria, donde la codicia por la perca del Río Nilo se entrelaza con disputas territoriales entre Kenia y Uganda. En apenas un cuarto de hectárea en el que viven alrededor 500 personas, esta isla desafía dimensiones y creencias, convirtiéndose en un microcosmos único que refleja las complejidades geopolíticas, económicas y culturales de esta región africana. 

En ambos casos, la intención va más allá de lo funcional. Tanto Santa Cruz del Islote como Minigno reflejan una filosofía compartida: el deseo de rediseñar los límites entre lo construido y lo natural, para dar respuesta a problemas urgentes de la sociedad Y lo hacen desde reimaginar y redefinir el uso del espacio urbano en un entorno compacto, en un marco de grandes complejidades.

Estas iniciativas, aunque diferentes en escala y propósito, comparten una narrativa sobre cómo el diseño puede responder a las necesidades del futuro, aprovechando la innovación, pero poniendo en riesgo la sostenibilidad. Tal como exploramos en ambos artículos, estos proyectos no solo son soluciones prácticas, sino también reflejos de nuestra capacidad para reconfigurar el mundo que nos rodea.

En síntesis, Santa Cruz del Islote es un testimonio de la resiliencia y creatividad humana. A pesar de las limitaciones físicas y económicas, sus habitantes han construido una comunidad vibrante que atrae la atención mundial. Sus similitudes y sus diferencias con otras islas, como Miningo, nos recuerda que estas estructuras responden a diferentes necesidades y prioridades humanas.

En un mundo donde el espacio habitable es cada vez más escaso, Santa Cruz del Islote nos enseña cómo la adaptación y el ingenio pueden transformar incluso los entornos más adversos en lugares donde la vida no solo es posible, sino también significativa.

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