Con el diario del lunes, la huella de la pandemia se fue llenando y empezaron a brotar proyectos, emprendimientos y movimientos sociales que buscan cambiar la forma de hacer las cosas y así evitar posibles catástrofes futuras. Con el foco puesto en el medioambiente, pero también en la soberanía alimentaria surgió con fuerza el Reciclador Urbano.
Tras el confinamiento, el trabajo de este colectivo se convirtió en una necesidad fundamental y urgente de las sociedad, visibilizando la importancia de cultivar los propios alimentos. El movimiento surgió de los esfuerzos de Carlos y Sebastián Briganti, padre e hijo respectivamente, quienes pasaron del campo uruguayo a una terraza en la ciudad de Buenos Aires.
Su trabajo pasó de ser una huerta familiar a un espacio donde amigos y conocidos se juntaron a aprender sobre huerta urbana. El tiempo formó el Reciclador Urbano, que a su vez abrió la Escuela de Agroecología La Margarita y llegó al patio de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires donde abastecen el buffet de la universidad de menús orgánicos y agroecológicos.
Además han tenido la iniciativa de redactar y presentar leyes y gracias a ellos los Centros de Formación Profesional tendrán obligatoriamente cursos certificados de huerta urbana. Allí, además combinan el reciclaje con el uso Neumáticos Fuera de Uso (NFU) como macetas.
Sebastián Briganti, cultivador y uno de los impulsores del colectivo dialogó con Utopía Urbana sobre el trabajo que realizan desde la cooperativa: “Es pensar a la huerta no solo como un espacio de vinculación con la naturaleza y la producción de alimentos, o saber cómo estamos comiendo, sino también de un espacio que pone en evidencia la falta de espacios verdes y representa el acceso a la tierra y a la vivienda”.
Conocé más en la siguiente entrevista:
-¿Cómo inició esta idea?
Esto empezó hace 13 años, de la mano de mi padre, Carlos Briganti. Su niñez la pasó en Uruguay y en la familia tenían una hectárea que era su patio de juego, Empezaron con la huerta y tuvo su experiencia ahí. Una vez que vino para acá la empezó a traer en la terraza de la casa. Ahí empezó hace 13 años y ahora en pandemia nos conformamos como un colectivo a partir de varias personas que iban a voluntariar a la huerta y a aprender, de alguna manera, de su conocimiento rural y así llevarlo a un espacio reducido sin tierra con otra forma de poder cultivar alimentos.
“Pone en evidencia la falta de espacios verdes y representa el acceso a la tierra y a la vivienda”
En la pandemia surgió esta posibilidad de expandirnos y partir de ahí la estructura fue creciendo y con eso tambien el alcance de los convenios que hoy tenemos con distintos espacios y otras organizaciones. Vamos teniendo un crecimiento bastante grande y ahora con la experiencia de la Facultad de Medicina, estamos dentro del patio y es de interés por la facultad, son pequeños pasos lindos que vamos construyendo en colectivo.
Hay mucha organización y eso está bueno, de militar estos espacios con temas que tenemos encima como la problemática ambiental que en del día a día es complejo de llevar adelante pero también es motor de la lucha para poder mostrar la experiencia como algo posible que hacemos. Queremos que estas buenas prácticas empiecen a estar en instituciones y que haya marco legal que permita hacer esto en la via pública donde no esta permitido.-
Es pensar a la huerta no sólo como un espacio de vinculación con la naturaleza y la producción de alimentos, o saber cómo estamos comiendo, sino también de un espacio que pone en evidencia la falta de espacios verdes y representa el acceso a la tierra y a la vivienda.
-¿Cuál es el trabajo que están realizando?
Actualmente estamos en la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Buenos Aires (UBA) con una huerta y dentro del colectivo hay una Escuela de Agroecología Urbana La Margarita donde se dan distintos talleres y se construye conocimiento con otras organizaciones. También está el Club del Compostaje donde recibimos los orgánicos de estudiantes del patio y a la comunidad en general.
Dentro del colectivo que esta dentro del patio de nutrición esta la huerta, un bar saludable que está gestionado por el centro de estudiantes donde hay 20 compañeras trabajando todos los días haciendo platos menús del día y distintos alimentos que compran los estudiantes de los distintos edificios de la facultad.
Hay mucha circulación de gente y estudiantes que van a pasar el dia al patio donde esta la huerta. Tenemos composteras habilitadas para la gente que lleva sus organicos. Dentro de esa estructura hay un equipo de riego y mantenimiento que son voluntarios
Además está el jardín de mariposas que está coordinado por una docente y que en ese lugar se trata de mostrar cierta biodiversidad que atrae a polinizadores y en particular a la mariposa para mostrar el ciclo completo de la mariposa.
-¿Cómo funciona la Escuela de Agroecología La Margarita?
La escuela es la terraza, ahí es donde realmente las personas se formaron inicialmente. La terraza quedó chica así que se sumaron instancias de voluntariado y espacios de aprendizaje. Esta posibilidad hizo que la escuela reciba mucha más gente.
La escuela funciona para todo público. En pandemia se dio a conocer una necesidad de la gente en relación al cultivo la alimentación e hicimos una cursada de un cuatrimestre de forma virtual con 600 inscriptos. Cuando paso la pandemia y pudimos volver a la presencialidad hicimos un cuatrimestre con práctica y fundamentación y propósito.
Entendemos que hay un conocimiento latente, la humanidad practicó la agricultura durante muchos años. Es un saber que está y eso nos va haciendo comprender que tenemos que aplicar otras formas para seguir aprendiendo.
La oferta formativa tiene siempre módulos de talleres de huerta y de compostaje, hoy estamos con unos talleres sobre producción de hongos comestibles hablando siempre de agroecología, regenerativa y orgánica. Todas las agriculturas que existan están buenisimos.
-¿Cómo surgió la oportunidad de entrar a Medicina?
Siempre gracias a la visibilidad de Carlos y gracias al trabajo del colectivo empezamos a recibir ofertas de muchos espacios que querían tener la huerta. En esas gestiones tuvimos una primera experiencia en el barrio de Constitución con Los Verdes de Monserrat donde durante un año hicimos una huerta y funcionó la escuela. Fue un espacio hermoso y eso abrió las puertas a otros espacios para ver que podíamos hacer en espacios mas largos.
En vinculación siempre con las cátedras libres de la soberanía alimentaria, desde el área de extensión de nutrición vinieron a ver la huerta a Solis y quisieron replicar la experiencia dentro de la facultad. Fue algo simple movilizado por las ganas de armar una huerta en ese lugar que es la primera universidad que tiene una huerta co-gestionada por un centro de estudiantes de nutrición con lo que eso implica que hay estudiantes que almuerzan y saben de donde sale.
Empezamos esto y al dia de hoy, en 10 meses de trabajo se empezó a armar la huerta y ya tenemos la Declaración de interés de la Facultad de Ciencias Médicas que forma parte de un entorno saludable. Un bar libre de procesados con un menú super accesible con un kiosco saludable con frutas y verduras agroecológicas con una huerta y una escuela cde un espacio que se ocupa de sus residuos, que genera 170 kg de lunes a viernes por dia y eso lo compartimos en un espacio especial con análisis y estudios desarrollando cierto expertise a partir de una practica voluntaria pero apasionante.
-¿Crees que se despertó una necesidad en la gente tras la experiencia pandémica?
Realmente no se que es lo que habrá despertado la curiosidad de la gente pero creo que a todas las personas la pandemia nos atravesó en algún aspecto de nuestra vida como por ejemplo estar dedicándome a esto todo el día.
Es algo apasionante que realmente movilizó la pandemia que puso mucho en discusión, mucho para repensar realmente si hay otra forma de vivir que no sea esta que es bastante dañina.
Creo que tocan todos los aspectos de la vida y el más fundamental es cuando detecta el cuerpo y el espíritu. Esa es la puerta de entrada para ver el alimento como algo que nos da vitalidad, la voluntad del día a dia. Creo que hay mucho para analizar ahí pero definitivamente la pandemia nos puso muchas cosas para repensar y querer modificar.
La falta de espacios verdes, hay barrios que no tienen plazas en más de 20 cuadras a la redonda. Hay muchas preguntas y también hay mucha información y de alguna manera se entra y se sale, es como una matrix donde hay que tratar de multiplicar estos esfuerzos. Que la gente conozca que hay otras formas de alimentarnos, que tenemos la posibilidad de producir nuestros alimentos y sino hay una economía social que lo permite y te acerca todo a un precio super justo vinculado al alimento, pero también a lo social y a lo político y de esta forma actual que se produce y se lastima tanto creo que es contagiosa que hay otras maneras de poder vivir.
-¿Qué tan importante es el cultivo urbano en las ciudades? Es fundamental, por eso tenemos tres leyes presentadas en relación a esta temática. Este año se aprobó una ley que presentamos para incorporar el trayecto formativo de huerta urbana en los centros de formación profesional de la ciudad de CABA. Es una ley que dice que podes aprender huerta urbana en estos centros de formación y tenes la certificación por parte del estado. Estamos peleando para que se implemente y ya hay espacios que se vienen trabajando para que esto suceda y es un gran logro que demuestra que podemos escribir y redactar leyes y presentarlas. No es imposible.