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En Longyearbyen (Noruega), la muerte y los gatos están prohibidos. En esta remota ciudad del Ártico, las bajas temperaturas impiden la descomposición de los cuerpos, lo que llevó a prohibir los entierros desde 1950. Además, los felinos no están permitidos para proteger la fauna local. Un destino donde la naturaleza impone sus propias reglas.

En el remoto archipiélago de Svalbard (Noruega), existe un lugar que desafía las reglas naturales de la vida y la muerte: Longyearbyen. Con apenas 2.300 habitantes, esta localidad se ha convertido en un caso único en el mundo debido a dos prohibiciones insólitas: “no se puede morir” y “no se pueden tener gatos”. ¿Cuáles son las razones detrás de estas medidas? Aquí te lo contamos.

Desde 1950, las autoridades de Longyearbyen implementaron una regla que prohíbe los fallecimientos dentro de la ciudad. Esta normativa se debe a la presencia de permafrost, una capa de suelo permanentemente congelada que impide la descomposición de los cuerpos. Como consecuencia, los cadáveres quedan prácticamente intactos, lo que representa un riesgo sanitario, ya que pueden preservar virus y bacterias durante décadas.

Uno de los casos más impactantes ocurrió en el año 1998, cuando un grupo de científicos exhumó cuerpos de marineros fallecidos a principios del siglo XX y descubrió que aún contenían rastros del virus de la gripe española de 1918, una pandemia que causó millones de muertes en todo el mundo. Para evitar posibles brotes de enfermedades, las personas con enfermedades terminales o condiciones graves son trasladadas al territorio noruego continental, donde reciben atención médica y, en caso de fallecimiento, son enterradas allí. El cementerio de Longyearbyen, de hecho, no ha recibido nuevos entierros desde hace décadas.

Fuente: Google Maps

Otra peculiaridad de Longyearbyen es que sus habitantes no pueden tener gatos como mascotas. La razón detrás de esta norma es la preservación de la fauna local, en especial de las aves del Ártico.

Las condiciones climáticas extremas han convertido a la ciudad en un refugio para varias especies de aves migratorias, y la presencia de felinos domésticos representaría una amenaza para su supervivencia. Con el objetivo de evitar un impacto negativo en el ecosistema, las autoridades prohibieron la presencia de gatos en la isla, convirtiéndola en una de las pocas ciudades del mundo donde estos animales están vetados.

Longyearbyen no solo es conocida por sus insólitas normativas, sino también por su ubicación y condiciones climáticas extremas. Al encontrarse en el Ártico, experimenta 4 meses de oscuridad total al año: el sol se pone por última vez el 25 de octubre y no vuelve a aparecer hasta el 8 de marzo. Para los habitantes, la llegada de la luz solar es un motivo de celebración, dando lugar a la festividad de Solfestuka, una tradición popular que marca el regreso del sol.

Además, la temperatura promedio en invierno puede descender hasta los -46°C, mientras que en verano las máximas no suelen superar los 18°C. Pero el frío no es la única amenaza: los osos polares superan en número a los humanos, por lo que los residentes tienen permitido portar rifles al salir de los límites urbanos para protegerse de posibles ataques.

Aunque para muchos las reglas de Longyearbyen puedan parecer insólitas, estas reflejan la necesidad de adaptación a un entorno hostil. La “prohibición de morir” responde a una medida sanitaria indispensable, mientras que la ausencia de gatos es una estrategia de conservación de la biodiversidad local.

En este rincón del mundo, la convivencia con la naturaleza es un desafío constante, donde las regulaciones juegan un papel clave en la supervivencia. Longyearbyen es, sin duda, una ciudad que rompe con los esquemas tradicionales y nos muestra hasta qué punto la humanidad puede adaptarse a los lugares más inhóspitos del planeta.

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