En Longyearbyen (Noruega), la muerte y los gatos están prohibidos. En esta remota ciudad del Ártico, las bajas temperaturas impiden la descomposición de los cuerpos, lo que llevó a prohibir los entierros desde 1950. Además, los felinos no están permitidos para proteger la fauna local. Un destino donde la naturaleza impone sus propias reglas.