Por Lic. Mauricio Claveri
Estamos atravesando una vorágine de cambios sociales y tecnológicos que hacen difícil tener en claro hacia dónde nos dirigimos como humanidad, o inclusive si el futuro será mejor o peor que el presente. La incertidumbre se consolida como la característica primigenia de los tiempos actuales. La pandemia actúa como un agravante, acelerando la velocidad de muchas de las transformaciones y sumando incertidumbre al alterar nuestra forma de vida, mientras al mismo tiempo no podemos asegurar si será de una forma temporaria o definitiva.
Lo que tenemos en claro es que la actividad, la creatividad y la tecnología no se detienen. Siguen transformando profundamente al mundo, cambiando nuestras formas de vida, nuestros hábitos de consumo e imponiendo nuevos modelos de producción. Las sociedades compiten ferozmente por alojar los eslabones más complejos y más innovadores de las cadenas de valor, y lo hacen a través de las ciudades, convertidas en grandes polos productivos sin chimeneas.
En esta competencia saca ventaja quien cuente con los recursos más adecuados, pero también quién tenga los liderazgos más preparados e instruidos. Desde un país periférico y con problemas económicos crónicos como la Argentina, a menudo seguimos involucrados en debates internos que dan la espalda a la complejidad y la alta exigencia del mundo actual. Si se sigue postergando la enorme tarea que implica pensar estratégicamente cuál es la mejor manera de integrarnos y de producir para el mercado mundial, será cada vez más difícil detener la espiral de deterioro económico y social en que se encuentra inmerso el país desde hace décadas.
El mundo en proceso de “transformación transformada”
La producción de valor en el mundo se ha transformado radicalmente en las últimas décadas, desplazándose primero desde la industria de producción a gran escala o extracción y procesamiento de recursos naturales hacia el sector de finanzas, telecomunicaciones y retail y, más recientemente, hacia servicios de tecnología y manejo de la información.
Pero lo más importante es la integración y complementación de sectores de diferentes características en cadenas de valor de alta complejidad, que pueden ser interpretadas como redes sofisticadas con múltiples vasos comunicantes donde bienes y servicios confluyen. Entonces pierde sentido la clasificación tradicional de industria, producción primaria y servicios, ya que todos ellos confluyen en una oferta de valor global. Este nuevo modelo de producción debe ser lo suficientemente flexible para ser capaz de asimilar los enormes y acuciantes desafíos que le plantea el mundo.
El primero de ellos es el de la sustentabilidad. El planeta está sufriendo mucho antes de lo esperado las consecuencias del calentamiento global, a través de una mayor variabilidad y de perturbaciones que están modificando radicalmente el clima de algunas regiones del mundo y provocando un creciente número de desastres naturales. Se torna evidente la necesidad de evolucionar rápidamente no sólo hacia formas de producción limpias y compatibles con el cuidado del medio ambiente, sino también hacia formas de consumo y de desechos que minimicen los impactos ambientales. Los países desarrollados, especialmente Europa, han tomado la delantera y han establecido ambiciosas metas de política ambiental, lo que indirectamente establece parámetros, reglas de juego y normas a las que el mundo entero deberá adaptarse más temprano que tarde.
El segundo factor de alta gravitación es el creciente descontento de la sociedad mundial con el “Status Quo”, que se manifiesta en protestas de todo tipo de clase social, independientemente que se trate de países democráticos o autoritarios, desarrollados o en vías de desarrollo. Las temáticas son muy diversas, desde el reclamo por una democracia real, empleo y salarios dignos, hasta servicios públicos deficientes, derechos humanos, corrupción, desigualdad, injusticia. Lo que está detrás es que la sociedad está manifestando su hartazgo con la creciente desigualdad, la marginalidad y la pobreza, características que ya no son exclusivas de la periferia, sino que también avanzan en el mundo desarrollado. Estados Unidos, Europa y Japón están atravesados por problemas de estancamiento económico, descontrol de los niveles de endeudamiento, gasto público explosivo, altos niveles de desempleo e inflación creciente.
El tercer factor está asociado a los dos anteriores y se refiere al ascenso vertiginoso de China. Desde el punto de vista geopolítico el mundo en pocas décadas pasó del “fin de la historia” postulado por Francis Fukuyama o del reinado de la “potencia hegemónica” a un escenario de dos potencias en disputa entre China y Estados Unidos. Si bien el país del norte aún mantiene la ventaja en el campo militar y cultural (soft power), en los ámbitos geopolítico, económico y tecnológico parece estar siendo ya sobrepasado, o al menos alcanzado en los próximos años. Indudablemente, este es un mundo completamente diferente al nacido en la posguerra y a raíz de ello se generan tensiones e incertidumbres geopolíticas en casi todo el mundo.
También hay cambios más profundos, que se relacionan con la sociedad y con la cultura tradicional, tales como la puesta en tensión de la familia clásica como unidad de cohesión social, el veloz empoderamiento del consumidor, las posibilidades que brindan el manejo de la información y el dominio de las tecnologías.
No es casual que, actualmente, al tope de las preocupaciones de las empresas se encuentren los riesgos macroeconómicos, los riesgos políticos y el medio ambiente, incluso por encima de las transformaciones organizacionales, la capacitación de los empleados y la resiliencia frente a la pandemia. Es que el mundo ya se encontraba embarcado sin retorno en los cambios mencionados cuando aparece el flagelo de la pandemia, que acelera muchas mutaciones en marcha y altera las prioridades en otras. Es por ello que Darius Bates bien define al escenario actual como el de una transformación transformada.
El Nuevo rol de las ciudades en la generación de valor
En la nueva y compleja realidad, la vieja dicotomía campo vs. ciudad carece completamente de sentido. Todas las cadenas de valor incorporan en alto grado la producción de servicios y conocimientos, y la ciudad puede participar sin limitante alguno en dichos procesos, aun cuando se trate de sectores tradicionales como el manufacturero o de las actividades primarias.
La mayor parte del valor económico de los bienes y servicios consumidos en el mundo no radica en su manufactura, sino en las etapas anteriores o posteriores a la fabricación, que implican servicios de distinto tipo que van desde las investigaciones, desarrollos y diseño, hasta la asistencia permanente de los clientes, analítica de datos y servicios de posventa a usuarios-consumidores.
Estas etapas son intensivas en conocimiento técnico y científico, tecnología, creatividad, know how, gestión, administración, comercialización, finanzas, entre otros, y el lugar natural para su emplazamiento son las ciudades y sus áreas circundantes, donde se localiza el capital humano calificado, los centros de formación e innovación y la infraestructura tecnológica.
El desarrollo de contextos comunitarios sustentables exige que los eslabones menos limpios de las cadenas de valor, las plantas industriales, se localicen en áreas especialmente destinadas para tal fin y alejadas de los ámbitos residenciales, pero las distancias han sido suprimidas por las posibilidades de las comunicaciones y han dejado de ser un impedimento.
De esta manera, las ciudades constituyen núcleos de desarrollo económico fuertemente interconectados con el territorio productivo, y van mucho más allá de la mera aglomeración de personas. A su vez, sus gobiernos tienen una tarea mucho más amplia que garantizar un buen funcionamiento del desarrollo urbano, dado que las posibilidades de progreso y mayor bienestar están íntimamente vinculadas a su capacidad para atraer, radicar y desarrollar las actividades de alto valor de las cadenas de producción. Este punto es fundamental para generar una interconexión amplia de las ciudades con el entorno productivo, lo que será capaz de otorgar ventajas fundamentales en la carrera hacia el desarrollo: puesto de trabajo de calidad, altos ingresos, atracción de inversiones y tecnología y mayores recursos tributarios para sostener las iniciativas públicas de desarrollo integral.
La tarea de los gobernantes será lograr que la ciudad se posicione como un huésped ideal de las inversiones productivas y, simultáneamente, garantizar un entorno sustentable y elevados estándares de vida para atraer a la población con alto nivel de preparación y talento.
Lecciones para la Argentina y su desarrollo productivo
En la Argentina sumamente preocupada por el incremento de la pobreza, desenlace lógico de una larga sucesión de crisis económicas a lo que se suma, por si hiciera falta, la pandemia, no hay señales claras de que haya desembarcado en la mente de la clase gobernante el nuevo contexto mundial de la producción y la generación de valor.
Por un lado, los principales recursos de política dan prioridad a fines diferentes del desarrollo productivo. Por ejemplo, se da la paradoja de que se utiliza la política macroeconómica (política comercial restrictiva, tasas de interés negativas e impulso del consumo vía gasto público) para impulsar a los sectores industriales, mientras se utiliza la política industrial para corregir los desequilibrios macroeconómicos (amplias regulaciones y controles de precios para contener la inflación). Por el otro, se ha fracasado en poner en pie un plan integral de desarrollo productivo sino, más bien al contrario, las iniciativas productivas siguen siendo sectarias y se enfocan en los sectores tradicionales de la industria. El sector agropecuario, con un enorme potencial desaprovechado, sigue siendo observado como un proveedor de divisas y recursos para sostener una política industrial añosa, que parece seguir persiguiendo la sustitución de importaciones pero que en realidad queda relegada a tratar de contener un proceso sostenido de desinversión productiva.
El país cuenta con muy escasos recursos y no puede darse el lujo de no utilizarlos eficientemente, dado que mientras se trabaja sobre una realidad que ya no es tal, la estructura productiva argentina se vuelve más desarticulada, surgen necesidades de especialización que la educación no provee, se deteriora la cadena de proveedores y se pierde “densidad” productiva. El riesgo es que con la actual tendencia la especialización productiva del país se vaya concentrando en los eslabones que el mundo desecha, esto es la producción física y la explotación primaria, con menos valor agregado y mayor impacto ambiental.
El desarrollo productivo implica definir una estrategia de desarrollo, ser creativos, esforzarse y trabajar coordinadamente entre todos los niveles de gobierno, dado que los lineamientos definidos a nivel federal deben tener una bajada regional y complementarse con las acciones de “última milla” que se realizan en las ciudades. Reclama como mínimo una visión estratégica aggiornada a la realidad productiva y, contrariamente a lo que comúnmente se cree, no es indispensable contar con gran capacidad financiera, sino que requiere fundamentalmente una gran capacidad de trabajo para ir transformando las condiciones estructurales, poniéndolas al servicio de la producción, la innovación y el desarrollo.
El autor es Licenciado en Economía (UNLP) y candidate magister. Consultor de empresas y organismos internacionales en economía internacional y sectores.