Por Lic. Julián Sette
El término smart city, o ciudad inteligente, tiene sus orígenes en el entorno corporativo de gigantes de las tecnologías de la información y la comunicación como IBM, Cisco y Siemens, hacia mediados de la primera década del siglo XXI. Surge como ideal urbano del potencial de las nuevas formas de conectividad y automatización. Se relaciona en este sentido de manera directa con el concepto previo de smart growth, o crecimiento inteligente, referencia en términos de planificación urbana de los ´90s para la creciente proliferación de desarrollos compactos, en ciudades “caminables”, con prioridad para peatones, transporte público y ciclismo, que maximicen el aprovechamiento del suelo en función de los espacios residenciales, comerciales y otros usos. Una suerte de “intensificación” en las formas de reproducción urbana, el antecedente del nuevo urbanismo se concentraba en un sentido espacial como un manifiesto de política pública “anti-extensión”, incluyendo consideraciones sobre la sostenibilidad, la eficiencia energética y la preservación de espacios verdes y recursos naturales.
Dichas consideraciones resultaban de la identificación temprana de tendencias globales que emergían en la época. En primer lugar, en un sentido demográfico, el crecimiento de la población y el proceso de envejecimiento relativo, particularmente en los países de mayor nivel de desarrollo. En el plano económico, el crecimiento a nivel global de la clase media, con las implicancias que comporta en términos de consumo y demandas sociales. Por último, las crecientes preocupaciones por el impacto del cambio climático, con el aumento de eventos meteorológicos extremos y la mayor vulnerabilidad en términos de exposición a riesgos ambientales.
A estas tendencias se agrega el cambio tecnológico, acelerado a partir de nuevos avances. A la diversificación de los canales de comunicación que implicaron los usos de correos electrónicos, chats y sus variantes, junto con sitios web, se agregan desarrollos clave en inteligencia artificial, que automatiza funciones otrora asociadas a la capacidad de razonamiento humana, y big data, permitiendo la consolidación de información y su análisis en grandes volúmenes. Por último, la proliferación de sensores en objetos físicos, denominada “internet de las cosas” o IoT por sus siglas en inglés, abre posibilidades de interconexión e intercambio de datos entre dispositivos y sistemas.
De este modo, en 2009, en el marco del Plan Estratégico Europeo de Tecnología Energética de la Unión Europea, se esbozaba una definición que serviría de referencia: “una ciudad que hace un esfuerzo consciente para emplear tecnologías de la información y la comunicación de manera innovadora para promover un desarrollo urbano más inclusivo, diverso y sustentable”[1]. La amplia aceptación que esta definición encontró quizás pueda atribuirse a una clara identificación y diferenciación de un medio, las tecnologías de la información y la comunicación, y un fin, un desarrollo urbano más inclusivo, diverso y sustentable.
El rol de la tecnología
Enunciaciones recientes destacan cada vez más las diversas formas de integración tecnológica, a través de sensores y el uso de la información que estos proveen mediante big data y la internet de las cosas, junto con el aprovechamiento de herramientas de inteligencia artificial para la predicción y la resolución de problemas. La “inteligencia” de una ciudad se traduciría en este sentido en la capacidad de explotar información de uso, datos de circulación, consumo, meteorológicos, etc., para optimizar su operatoria. Por caso, una difundida publicación de IBM[2] refiere a los tres pilares de instrumentación, interconexión e inteligencia como medida de una smart city. Instrumentada en cuanto a las fuentes de información que reportan los sensores, tanto físicos como virtuales, interconectada a partir de la integración de los datos obtenidos e inteligente en función de las formas de analítica, modelización y visualización para la toma de decisiones. Este enfoque, señala el artículo, permite adaptar la provisión de bienes y servicios públicos al comportamiento de los habitantes de una localidad.
En variantes como la referida, una ciudad inteligente consiste a grandes rasgos de un marco integrado por tecnologías de la información y la comunicación para el desarrollo de estrategias y prácticas destinadas a dar efectiva respuesta a desafíos en términos de urbanización. Asistimos a un proceso global por el cual se incorporan herramientas tecnológicas innovadoras que aportan nuevas soluciones a problemas históricos y contemporáneos. Más aun, se sugiere, con buenas razones, que al ritmo en que los cambios sociales y tecnológicos se suceden, se requiere de un sector público en constante exploración de nuevos productos y métodos, redundando en un “imperativo de la innovación”[3].
Ahora bien, el acento sobre el uso de herramientas tecnológicas puede resultar en una exaltación de sus virtudes sin una adecuada dimensión del resultado: el medio por sobre el fin. Recientes expresiones de dicho paroxismo han motivado como reacción la definición de “algocracia” o “gobierno por algoritmo”, entendido como el uso generalizado de algoritmos a través de herramientas como la inteligencia artificial y blockchain en procesos de gobierno y la vida social en general. Algunos ejemplos extremos pueden citarse brevemente. Por un lado, la primera “candidatura” de una inteligencia artificial para una alcaldía, a través de un representante humano, el proxy Michihito Matsuda, cuya campaña se centraba en el uso de información de la localidad de Tama (Japón) para el análisis a través de algoritmos de machine learning de las demandas de la ciudadanía. Otro caso es el sistema de crédito social chino, para el establecimiento de un sistema nacional de reputación basado en el comportamiento de la ciudadanía utilizando herramientas de inteligencia artificial y big data, fuente de inspiración para el episodio “Nosedive” de la distópica serie de televisión Black Mirror.
Déjà vu
El desmedido entusiasmo que puede suscitar la novedad en gestión pública no debiera sorprender. Basta con recordar el furor que despertó, en el marco del paradigma neoliberal, el enfoque del New Public Management o “Nueva Gestión Pública”, que equiparaba en términos de mercado al servicio público bajo la creencia de que el Estado debía limitarse a garantizar libertades individuales y promover la desregulación de la actividad privada. Como se ha señalado[4], la convicción de que aquello que es bueno para el mundo privado lo es también para el sector público tuvo como consecuencia la introducción masiva y acrítica de tecnologías de gestión de la empresa en el gobierno.
El mismo modelo de gestión impulsó un conjunto de cambios estructurales, que implicaban programas de ajuste y una reforma del Estado que incluía la descentralización administrativa. Por la misma lógica que identificaba clientes en la ciudadanía, se sostenía el principio de subsidiariedad de manera tal que los servicios públicos fueran provistos en los niveles de gobierno de mayor cercanía, promoviendo mayor transparencia y eficacia. Bajo un discurso centrado en la revalorización del gobierno local y la mayor proximidad, se delegaron atribuciones, adquiriendo las ciudades renovado protagonismo en materia política y administrativa. La descentralización administrativa, empero, no fue acompañada de una adecuada evaluación de las capacidades de los gobiernos municipales para asumir nuevos roles y funciones. En nuestro país, con más de 2200 gobiernos locales y correspondiendo la definición de cada régimen municipal a las provincias, se registra una considerable heterogeneidad. Esta disparidad debe tenerse en cuenta también al considerar el aprovechamiento de tecnologías de la información y la comunicación: ¿en qué condiciones están los municipios para su implementación? Más aún, ¿cuáles son las prioridades dentro de cada localidad para las que las nuevas tecnologías ofrecen nuevas soluciones?
A modo de cierre
El punto que aquí se procuró destacar es la problemática que el término ciudad inteligente plantea en cuanto fuzzy concept, o “concepto difuso”, entendido como aquél cuyos límites de aplicación varían considerablemente dependiendo del contexto, las condiciones o quién lo enuncia. Asimismo, se intenta subrayar la identificación de sus posibles aplicaciones y su utilidad para la realidad local. Sobre este punto de partida se propone reflexionar críticamente acerca de la construcción del significado de ciudades inteligentes, no como oposición a las posibilidades de reforma de la organización urbana que, a todas luces es inevitable e incluso deseable. Por el contrario, se trata de resignificar el ideal de smart city, maximizando el potencial que la incorporación de nuevas tecnologías aporta al desarrollo urbano en la relación entre el gobierno local y la ciudadanía, favoreciendo la inclusión y la sustentabilidad. Sólo de este modo pueden establecerse prioridades para atender problemas que, también, son resultado de construcciones sociales.
El autor es Lic. en Ciencia Política y Gobierno y Mg. En Políticas Públicas, Universidad Torcuato Di Tella (UTDT). Director de Programas y Proyectos Sectoriales y Especiales de la Subsecretaria de Gestión Administrativa de Innovación Pública, Unidad de Implementación del Proyecto de Modernización e Innovación de los Servicios Públicos en Argentina (Préstamos BIRF 8710-AR) y el Proyecto de Inclusión Digital e Innovación en los Servicios Públicos (Préstamos BIRF 9224-AR).
[1] https://ec.europa.eu/energy/topics/technology-and-innovation/strategic-energy-technology-plan_en
[2] Harrison, C.; Eckman, B.; Hamilton, R.; Hartswick, P.; Kalagnanam, Jayant; Paraszczak, J. & Williams, R.. (2010). Foundations for Smarter Cities. IBM Journal of Research and Development. 54. 1 – 16. 10.1147/JRD.2010.2048257.
[3] https://read.oecd-ilibrary.org/science-and-technology/the-innovation-imperative_9789264239814-en#page19
[4] Felcman, I. Nuevos modelos de gestión pública. Tecnologías de gestión, cultura organizacional y liderazgo después del “big bang” paradigmático. ERREPAR. Buenos Aires, 2016.